“La inseguridad es el sentimiento nacional ruso por excelencia”, escribió Robert D. Kaplan. Una historia cruel y sangrienta de invasiones y una geografía sin defensas naturales obligarían a Rusia a desconfiar de sus vecinos y a llevar a cabo una política tradicionalmente expansionista y desconfiada para protegerse. Ucrania es la clave y la consecuencia de esta política expansiva.
Rusia hace siglos que cuenta como una de las potencias más importantes del mundo. Desde el siglo XVIII ha sido uno de los protagonistas de la escena política internacional y ha demostrado su capacidad para expandirse, así como para reponerse de sus crisis. Por ejemplo, en el presente, y tan sólo 25 años después del desplome de la URSS y de su imperio, Rusia es una de las potencias económicas emergentes del planeta y se encuentra en pleno proceso de reconstrucción de su influencia política. Para ello se sirve de su enorme reserva estratégica de energías como gas y petróleo, y su capacidad para influir en los países que dependen de esas energías.
Rusia y su presidente Putin se encuentran en pleno proceso de reconstrucción de la influencia y el prestigio del antiguo imperio ruso. Ha contestado a las sanciones europeas por la crisis de Ucrania con sanciones propias (que sufren por ejemplo los agricultores españoles), ha firmado con China importantes acuerdos económicos para romper su dependencia del mercado occidental y forma parte del grupo de países de los BRICS que han anunciado la creación de un banco de desarrollo para no depender del FMI ni del Banco Mundial.
Sin embargo, a pesar de este retorno de Rusia a la primera fila de la política mundial solamente una generación después del hundimiento soviético, no significa que en Moscú no se sientan inseguros con respecto a su posición frente a las demás potencias. Rusia es fuerte, pero no es ni mucho menos la más fuerte, como se puede apreciar en los siguientes datos, interesantes para comparar el poder económico ruso frente a sus competidores (fuente: Banco Mundial, 2012):
Rusia: 143,5 millones de habitantes; PIB de 2,015 billones de dólares; ingreso nacional bruto per cápita 12.700 dólares; esperanza de vida 70 años.
EEUU: 313,9 millones de habitantes; PIB 16,24 billones de dólares; ingreso nacional bruto per cápita 52.340 dólares; esperanza de vida de 79 años.
UE: 505,6 millones de habitantes; PIB de 16,66 billones de dólares; ingreso nacional bruto per cápita 33.906 dólares; esperanza de vida 81 años.
China: 1.351 millones de habitantes; PIB de 8,227 billones de dólares; ingreso nacional bruto per cápita 5.720 dólares; esperanza de vida: 75 años.
Estos datos muestran algunas de las debilidades estructurales de Rusia en comparación con las potencias económicas y políticas más importantes del mundo: es inferior en el número de población, en riqueza nacional y en nivel de vida de sus habitantes (sólo supera a China en renta per cápita). Es decir, Rusia es más débil que los EEUU, la Unión Europea y China en la mayoría de los factores estructurales económicos básicos de cualquier país, lo que le coloca en una posición económicamente más vulnerable que el resto de las grandes potencias del mundo. Pero a esta debilidad se sumaría, además, un sentimiento de vulnerabilidad geográfica y estratégica que explicarían la política exterior rusa desde hace siglos.
Expandirse o morir
“La inseguridad es el sentimiento nacional ruso por excelencia”, explica el periodista y analista político estadounidense Robert D. Kaplan, que resume así la visión que se tiene de Rusia en los círculos profesionales de las relaciones internacionales de los EEUU. Según este enfoque, una historia cruel y sangrienta de invasiones y una geografía sin defensas naturales obligarían a Rusia a desconfiar de sus vecinos y a llevar a cabo una política tradicionalmente imperialista para protegerse.
Robert D. Kaplan es autor del libro “La venganza de la geografía” en el que explica la decisiva importancia que la geografía tiene, en su opinión, a la hora de definir la política exterior de un Estado. Sería también el caso de Rusia, el Estado más grande del mundo pero no por ello el más invulnerable. Según sugiere en su libro, “las potencias continentales se sienten constantemente inseguras, puesto que, sin mares, que las protejan, están siempre en situación de inferioridad y no tienen más remedio que seguir expandiéndose o arriesgarse a ser conquistadas. Eso es especialmente cierto en Rusia, cuya enorme extensión carece casi por completo de fronteras naturales y ofrece poca protección”. Es decir, según Kaplan, Rusia ha crecido históricamente para protegerse.
Rusia no tiene fronteras claras: no hay montañas (excepto en el Cáucaso) ni enormes ríos que separen clara y nítidamente su territorio del de sus vecinos. En definitiva, los rusos han carecido de un “limes” claro como el que tenían los antiguos romanos a lo largo de los ríos Rin y Danubio, o de costas para definir las fronteras de su imperio y poder defenderse de los ataques que han llegado desde todas las direcciones: en la Edad Media desde oriente con las invasiones mongolas, y más recientemente desde Europa central cuando Napoleón invadió Rusia en 1812 y Hitler lo hizo en 1941.
Sin embargo, mientras otros imperios emergieron, se extendieron, cayeron y nunca más volvió a saberse de ellos, el Imperio ruso se ha expandido, se ha desmoronado y ha resurgido en varias ocasiones. La geografía y la historia nos demuestran que nunca podemos subestimar un país como Rusia, ya que en todos esos casos las invasiones trajeron muerte y destrucción al territorio ruso, pero fueron seguidos de una victoria y de una subsiguiente expansión rusa a costa de su enemigo derrotado.
En este sentido, Robert D. Kaplan escribe que “los rusos llegaron hasta el este y el centro de Europa para impedir el avance de Francia en el S. XIX y de Alemania en el XX. De igual manera, intervinieron en Afganistán para impedir el paso de los británicos desde la India, con lo cual se procuraron una salida hacia las aguas cálidas del Índico, y también se han adentrado en Extremo Oriente para detener a China. En cuanto al Cáucaso, estas montañas constituyen una barrera que los rusos se ven obligados a controlar para protegerse de las convulsiones políticas y religiosas del Gran Oriente Medio”.
Por lo tanto, la geografía, es decir el clima y el paisaje rusos, son, según Kaplan, “penosamente duros, y como tales son claves para entender el carácter ruso y su historia”, y que a su vez explicarían por qué“la inseguridad es el sentimiento nacional ruso por excelencia”.
Una ambigua relación con sus vecinos
Esta teoría sobre la importancia de la geografía para explicar un presunto sentimiento de inseguridad ruso en las relaciones internacionales, puede observarse en las relaciones entre Rusia y sus vecinos, por ejemplo China. Kaplan opina que “la geografía impone una relación de tensión permanente entre China y Rusia, disimulada en el presente por una cierta alianza táctica antiestadounidense”.
China y Rusia son vecinas y tradicionales competidoras. Comparten 4.250 kilómetros de frontera terrestre sin ningún obstáculo natural reseñable entre ellas, lo que en Rusia despierta el temor frente a su dinámico vecino del sur, ya que, escribe Kaplan, “tal vez nunca antes Rusia había sido tan vulnerable geográficamente en tiempos de paz. Toda Siberia y Extremo Oriente rusos solo suman 27 millones de habitantes”, frente a los más de 1.300 millones de chinos al otro lado de la frontera.
Es decir, Rusia se enfrenta en el extremo oriente a un vecino mucho más potente que podría aspirar abiertamente a controlar los inmensos y desprotegidos territorios siberianos y sus casi inagotables recursos naturales para utilizarlos para alimentar a su propia economía en constante crecimiento. Este temor es el que predomina en las relaciones entre ambos países y el que despierta la desconfianza y el miedo en Moscú hacia Pekín, alimentado por la ausencia de una frontera natural clara y defendible (como por ejemplo la cordillera del Himalaya que separa a India de China).
Este temor se aplica también a los demás vecinos de Rusia. En Asia Central y el Caúcaso el miedo es debido al avance del islamismo en las antiguas repúblicas soviéticas y en Afganistán e Irán, y en el Mar Negro y en Europa oriental el temor ruso se explica por el avance de la OTAN y de la Unión Europea en las antiguas zonas de hegemonía de la URSS. Ese temor se ve acrecentado por la falta de una barrera clara e infranqueable que impida la llegada del peligro al corazón de Rusia. Como explica Kaplan, “tanto daba quien gobernara Rusia, la realidad a la que tendría que enfrentarse siempre sería la misma: la de una masa continental inexorablemente llana que se extendía en todas direcciones, más allá de los Estados colindantes”.
Esa realidad geográfica, la misma a la que se enfrentaron los zares hace siglos, provoca por lo tanto un sentimiento de inseguridad y de indefensión a la que los actuales gobernantes rusos responden de la misma manera que hicieron los zares: a la ofensiva. “Rusia tenía que recuperar el control del corazón continental. (…) Rusia no tuvo otra opción que convertirse en una potencia revisionista para intentar recuperar, de forma más o menos sutil, su área de influencia en Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, el Cáucaso y Asia Central, donde aún vivían 26 millones de personas de etnia rusa”, afirma Kaplan, que resume así la actual política exterior rusa: “La actual debilidad de Rusia en Eurasia ha convertido la geografía en la obsesión rusa de principios del S. XXI”.
Ucrania, la clave para la recuperación política de Rusia
Siguiendo la política exterior tradicional, el miedo a ser sometido por sus vecinos habría impulsado la reconstrucción del imperio ruso 25 años después de la desaparición de la URSS. Según Kaplan, “Putin ha optado por una expansión neozarista que la abundancia de recursos naturales de su país posibilita a corto plazo”. “El último imperio ruso en ciernes está levantándose a costa de su inmensa riqueza en recursos naturales que con tanta desesperación necesitan en la periferia europea y China, con los beneficios y la coacción que ello conlleva. (…) Rusia dispone de la mayor reserva de gas natural del mundo, la segunda mayor de carbón y la octava de petróleo”, escribe Kaplan, que recuerda que “el presupuesto militar no ha hecho más que crecer”.
Sin embargo, la reconstrucción del imperio ruso por parte de Putin está encontrando un obstáculo muy importante en una de sus piezas clave en su frontera occidental: Ucrania
Kaplan asegura que “Ucrania es el estado pivote que transforma Rusia. Colindante al sur con el mar Negro y al oeste con los antiguos países satélite de la Europa del este, en gran medida la independencia de Ucrania mantiene a Rusia fuera de Europa”. Es decir, “sin Ucrania, Rusia todavía puede ser un imperio, aunque predominantemente asiático. Sin embargo, si recuperara Ucrania, Rusia añadiría 46 millones de personas a su demografía con las miras puestas en Occidente”.
Por su parte, para el politólogo y ex consejero de Seguridad Nacional de los EEUU, Zbigniew Brzezinski, “la pérdida de Ucrania (tras la desaparición de la URSS) no sólo fue fundamental desde el punto de vista geopolítico, sino que también fue geopolíticamente catalítica”.
En su libro “El gran tablero mundial”, Brzezinski también apunta a la estrecha relación entre la geografía y la política exterior rusa: “Rusia, forjadora de un gran imperio territorial y hasta hace poco tiempo líder de un bloque ideológico de estados satélite que se extendía hasta el propio centro de Europa y hasta el Mar de China Meridional, se había convertido en un problemático Estado-nación que carecía de accesos geográficamente sencillos hacia el mundo exterior y que era potencialmente susceptible de entrar en conflictos debilitadores con los vecinos de sus flancos occidental, sur y oriental. Sólo los inhabitables e inaccesibles espacios del norte, casi permanentemente helados, parecían seguros desde el punto de vista geopolítico”.
Brzezinski explica que la reconstrucción del imperio ruso ha sido la opción elegida por los líderes del Kremlin nada más desaparecer la URSS en 1991. “En términos generales”, escribe el politólogo estadounidense, “puede considerarse que tras el colapso de la URSS surgieron tres grandes opciones geoestratégicas cuyos contenidos se solapan parcialmente. Cada una de ellas está vinculada, en último término, a las inquietudes de Rusia con respecto a su estatus en relación con los EEUU y cada una de ellas tiene además una serie de variantes internas: Dar prioridad a la asociación estratégica madura con los EEUU (condominio mundial); Poner el énfasis en el extranjero próximo como principal interés de Rusia; o una contraalianza anti EEUU”.
Ganó la segunda opción de enfocar los esfuerzos hacia el “extranjero próximo”, un concepto que Brzezinski explica como “un código que usaban los defensores de una política que ponía el énfasis, ante todo, en la necesidad de reconstruir algún tipo de marco viable, con Moscú como el centro de toma de decisiones, en el espacio geopolítico que había ocupado antes la URSS”. Es decir, con el objetivo de recuperar la hegemonía rusa en el marco geográfico de la antigua Unión Soviética.
Esta política del extranjero próximo puede adoptar varias formas, según Brzezinski. Podría entenderse como una manera de crear un espacio económico común (como el puesto en marcha en enero de 2012 por Rusia, Bielorrusia y Kazajastán), y/o una unión de “eslavófilos románticos” que abogan por una unión eslava de Rusia, Bielorrusia y Ucrania.
Sin embargo, mientras esta política sí ha contado y sigue contando con el apoyo del gobierno de Minsk,en Ucrania la oposición ha sido y es muy fuerte. Como explica Brzezinski: “Sus líderes reconocieron pronto que tal “integración”, especialmente a la luz de las reservas rusas sobre la legitimidad de la independencia de Ucrania, llevaría eventualmente a la pérdida de la soberanía nacional”. Es decir, ya desde la independencia ucraniana en diciembre de 1991, existe el intento por parte de Moscú de recuperar el dominio sobre su ex república soviética lo que ha provocado la resistencia de Kiev. Al final, el conflicto abierto entre Ucrania y Rusia estalló dos décadas después.
Este conflicto en Ucrania tiene para Rusia connotaciones defensivas, ya que se siente agredida por los intereses de Occidente en el país, en concreto por la posible pertenencia en el futuro de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea. En este sentido, hay que recordar que la actual crisis en Ucrania comenzó con la firma del Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la UE. Moscú quiso impedir dicho acuerdo porque se siente atacada en sus intereses geopolíticos y reacciona con violencia, como por ejemplo anexionándose Crimea y apoyando a los milicianos prorrusos en las provincias ucranianas orientales. Precisamente, escribe Brzezinski, “para Rusia será incomparablemente más difícil aceptar el ingreso de Ucrania en la OTAN porque ello significaría reconocer que el destino de Ucrania ha dejado de estar orgánicamente vinculado al de Rusia”.
La pérdida definitiva de la influencia rusa en Ucrania supondría un revés muy duro para la idea de seguridad nacional de Moscú y el fin de sus aspiraciones de reconstruir el imperio ruso. Este freno a la recuperación de la hegemonía rusa en el territorio de la antigua URSS aumentaría la actual sensación de inseguridad y desconfianza de Rusia frente a sus vecinos. En este sentido, la pérdida definitiva de la influencia rusa en Ucrania y su sustitución por la UE y la OTAN a medio o largo plazo, podría provocar una actitud de aislamiento y hostilidad de Rusia hacia al resto de Europa con consecuencias impredecibles, sobre todo teniendo en cuenta la actual dependencia energética europea con respecto a Rusia. En definitiva, Rusia se juega en Ucrania su existencia como potencia europea. “El factor clave que se debe tener en mente es que Rusia no puede estar en Europa si Ucrania no lo está, mientras que Ucrania puede estar en Europa sin que Rusia lo esté”, afirma Brzezinski.
Pero el freno de la expansión rusa hacia el oeste, además de abortar cualquier tipo de expectativa de recuperar la hegemonía sobre Europa oriental, podría provocar otras consecuencias. Aumentaría la sensación de inseguridad rusa, lo que a su vez intensificaría la necesidad estratégica de Moscú de seguir su expansión, aunque esta vez en Asia, donde lidiaría con China, su competidora directa, y la muy inestable Asia Central, donde ambas potencias tienen intereses geoestratégicos y económicos.
Es decir, un fracaso de la reconstrucción de la hegemonía rusa en Ucrania podría provocar a largo plazo un más que probable conflicto entre Rusia y China, una relación que ya es bastante ambigua.
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